El primer peldaño
Un tríptico de poemas de Alejandra Dieste ha resultado ganador del XXII Certamen de Poesía “Puente de Encuentro”, al que han concurrido más de cien obras.
Glups.
Me enteré del fallo en medio de la pausa para comer con mis compañeros de trabajo: creía que ese número desconocido iba a venderme algún seguro o rebaja en el gas, pero no. La voz amable de Francisco Calvo me recordó (lo había olvidado por completo, tal es mi destreza para armar una sólida carrera literaria) que había participado en Semana Santa en un certamen de narrativa y poesía en lengua castellana, organizado por una asociación cultural cordobesa de reconocida trayectoria y, oh maravilla de las maravillas, esa voz también me comunicaba que había ganado el premio de poesía y que la entrega sería el 22 de Noviembre en la Torre de la Calahorra, Museo Vivo de Al-Andalus.
Casi me atraganto.
Bernardo José Jurado, Lola Caballero López, Javier Sánchez Lucena y Antonio García Siles: para siempre quedo agradecida a vuestro empeño como jurado. Para fallar un premio hay que dejar fuera todos los nombres menos uno. Esta vez, Alejandra Dieste ganó, pero bien sé que lo raro es ganar. No importa, hemos venido a jugar, a cambiar el mundo jugando a un juego muy serio, a construir mundos más amplios con palabras, a tender puentes de encuentro y a que la cultura siga fluyendo del manantial que cuidan personas comprometidas y asociaciones como el Foro que representáis. Pese a quien le pese en el signo político, deseo sinceramente que podáis continuar vuestra labor otros 25 años.
Por varios motivos este premio es especial para mí. Cuando abandoné la escritura, al inicio de una depresión que arrastré bastantes años, la imagen del Stari Most de mi viejo poema “El puente sobre el Neretva” me acompañó como promesa de que, si sanaba y despertaba al silencio tal vez, algún día, volvería a cantar desde el lado de la vida más que del lado de la muerte. Volvería a caminar por la parte musulmana y la ortodoxa de Mostar. Hallaría otra Ciudad Invisible con su parte real y sus infinitas partes imaginarias. Y muchos años después, habiendo encontrado tribu, maestros, voz propia y propósito, me convocan a Córdoba una miríada de acentos y culturas, y me invitan a su río, cruzando un puente de encuentro, y era de noche, y ya no estaba sola.
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Acudí a la ceremonia con un trancazo impresionante, casi afónica, dopada y con el cuerpo estremecido por el Stendhalazo que a todo ser sensible le provoca recorrer por primera vez el centro histórico de una ciudad milenaria y plena de duende. Hubo augurio: en el tren a la ida habíamos coincidido con nuestro admirado José Antonio Marina. Su mujer y él eran los únicos que iban leyendo un libro en papel en todo el vagón -José Antonio iba tomando notas, además. Con respeto, le agradecimos su inmensa y valiente labor filosófica y pedagógica desde principios de los noventa, cuando empezó a ser conocido (otro autor tardío) por su visión crítica con la LOGSE y por su ensayo “Elogio y refutación del ingenio”. Le pedimos que siguiera escribiendo, que nosotras seguiríamos defendiendo una educación humanista. Su mujer nos dijo “le habéis alegrado el día” y realmente los ojos de José Antonio sonreían y había calidez en su apretón de manos al despedirse de nosotras, cuatro músicos, una de ellas también ingeniero y, por si tenía dudas (que aún las tengo), poeta.
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Me despido feliz, recordando el poema de Kavafis ΤΟ ΠΡΩΤΟ ΣΚΑΛΙ / EL PRIMER PELDAÑO que Javier Sánchez Lucena trajo al acto, y felicitando aquí también a Juan Rincón, ganador del premio de narrativa con un relato bendecido por la gracia. Solo espero que otros premios más fastuosos no estén reñidos con el cuidado y la verdad que hubo en la Torre de la Calahorra entre los poquitos afortunados que estuvimos invitados al acto. Me hicisteis sentir en casa.
Aquí os dejo el enlace a la entrega, donde pude expresar mi agradecimiento y recitar con un hilillo de voz los “Tres Poemas” ganadores.
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Hasta pronto. El viaje sigue.